Retrato del artista con pose viril |
El período
Edo, o de la Dinastía Tokugawa, trajo consigo numerosos cambios al estilo de
vida nipón, como ya se escribió en su día en la historia de Japón, en este
mismo blog, así como en otras páginas, más fiables, mejor escritas y con más
ilustraciones, pero qué se le va a hacer, uno hace lo que puede. Lo dicho. Pese
a tratarse de un lapso temporal de 200 años, fue un momento complejo pero de
gran actividad cultural, en el que algunos de los mejores artistas del país se
dieron cita para mostrar al mundo de lo que eran capaces y dejar constancia de
su técnica, su ingenio y su buen hacer.
Uno de los más
destacados y actualmente mejor reconocidos a nivel internacional, tanto por la
crítica como por el público es Katsushika Hokusai, un hombre estrafalario como
alguno de los artistas más famosos de todos los tiempos -un dato para hacernos
una idea: está documentado que tras dar rienda suelta a su creatividad en su
casa-estudio, se mudaba a otra por no limpiarla y así sucesivamente en más de
90 ocasiones-.
El kabuki le sirvió de inspiración. Después sería el Fuji |
Con una
educación esmerada a cargo de un artesano de Edo, que lo adoptó desde su infancia
así como por otro artesano -grabador esta
vez- durante su adolescencia, Hokusai aprendió el oficio con maestría y lo
pulió con otros importantes expertos de la época, convirtiéndose, incluso desde
sus primeras obras que representaban a actores de kabuki (tema en el que
profundizaré más pronto que tarde), con el paso de los años, en el referente
nipón que serviría de influencia en la generación de artistas franceses (al
menos la mayoría) que cambiarían la concepción del arte tal y como lo conocemos
actualmente: los impresionistas y postimpresionistas.
O-ei, hija del artista, gran conocedora de la "luz de candilejas" |
Una mezcla de dos obras incombustibles |
Tras las
diversas muertes de varios miembros de su familia, duros reveses para
cualquiera, dichos acontecimientos modificaron la perspectiva vital de Hokusai
lo que influyó indefectiblemente en el estilo de su última etapa.
Él había
sido conocido por su gran sentido del humor y su no poca picardía, con fuerte
carga erótica en muchas ocasiones -parece que la obsesión con los tentáculos les
viene a los japoneses de hace mucho tiempo, lo que se entiende tras ver “El
sueño de la esposa del pescador”-, cambió notablemente, aunque sin perder la
vitalidad que siempre le caracterizó.
Y un día, como casi siempre pasa, sin que se la espere, le visitó la parca, lo que trastocó sus planes, ya que quería vivir algo más (otros veinte años) para perfeccionar su técnica hasta estar contento con ella. No pudo ser, pero legó finalmente más de treinta mil obras (la inmensa mayoría grabados).
Y se murió.
Y un día, como casi siempre pasa, sin que se la espere, le visitó la parca, lo que trastocó sus planes, ya que quería vivir algo más (otros veinte años) para perfeccionar su técnica hasta estar contento con ella. No pudo ser, pero legó finalmente más de treinta mil obras (la inmensa mayoría grabados).
Y se murió.
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