Cómo preparar
onigiri mediante diez sencillos pasos:
Solos o como acompañamiento, siempre dan mucho juego
Pon alrededor de
media taza de arroz al vapor en un cuenco de arroz.
Mójate las manos
con agua para que el arroz no se pegue en ellas.
Frota un poco de
sal entre las manos.
Coloca el arroz al vapor en ellas y añade algún
ingrediente como umeboshi o salmón a la parrilla en el arroz.
Empuja el relleno
en el arroz con suavidad.
Sostén el arroz
entre las palmas.
Forma con el arroz un
círculo, un triángulo, o un cilindro presionando ligeramente con ambas palmas.
Rueda la bola de
arroz entre las manos un par de veces, presionando ligeramente, para que se
compacte.
Envuelve la bola de
arroz con una tira de alga nori (que la cubra entera o una parte al menos) o
espolvorea unas semillas de sésamo alrededor.
Disfruta de tu creación dándole un buen bocado.
Sección transversal y presentación final de los onigiri
Los oníguiri
(según la RAE, ya que lo normal es decir onigiri: pese a que no me admitan en el sillón Ñ de la citada Academia, lo escribiré de esta manera), son en Japón, lo que los sándwiches
o los bocadillos en España: fáciles de preparar, llenan bastante, ocupan
poco y no son demasiado insanos (arroz y otro ingrediente u otros dos a lo
sumo).
Puestos a
comparar, hay que decir como pro que manchan mucho menos, pero como contra, el
sabor está menos logrado (la combinación en los bocadillos puede ser infinita,
mientras que en el onigiri es mucho más reducida, ya que sin espacio, no se
pueden añadir muchos materiales.
Algunos de
los “rellenos” más utilizados son:
Tres formas básicas, un mundo de posibilidades
Sal: el más sencillo, barato y
soso, pese al añadido.
Mayonesa y…: hay muchas
combinaciones posibles, desde pollo, hasta gambas o atún. Es uno de los onigiri
más jugosos, pero también el menos saludable.
Pescados y calamares: Normalmente
o uno u otro. Seco y sazonado o asado.
Huevas: desde caviar hasta huevas
de salmón y otros, algo, por otra parte, muy típico en la dieta nipona (más que
en otras regiones, al menos)
Encurtidos: el más popular es el
conocido como umeboshi o ciruela amarga, uno de esos sabores que no agrada a la
mayoría pero al que le gusta, puede llegar a adorarlo. El de umeboshi es muy popular también porque representa la bandera nipona, siendo la ciruela el sol naciente y el arroz el fondo blanco.
El sistema de apertura en 3 pasos tiene su miga
Además de los rellenos, puede
suceder que el arroz se cueza con otros ingredientes lo que le aportará un
sabor especial. Esos ingredientes extra normalmente se mantienen al elaborar la
masa. Esta modalidad suele ser redondeada y más raramente triangular (es inusual encontrárselos cilíndricos) y básica (alguna vez con nori pero normalmente sin sésamo), aunque admite otros añadidos
a posteriori como el huevo cocido.
Luego dirán aquello de: "No juegues con la comida"
Lo habitual es comprarlos en las
tiendas, desde supermercados hasta las que abren 24 horas, que en Japón
están por todas partes, así como en tiendas especializadas (más caros aunque
más grandes e incomparablemente mejores, en cualquier caso rondando los 100-150 yenes en supermercados y los 250-300 en las tiendas especializadas) pero se pueden elaborar en casa, como
sucede también con bastante frecuencia.
Las madres, que suelen ser unas
santas casi siempre y algún padre, que ya va siendo hora de igualar criterios,
preparan con maestría estos sencillos manjares para que sus hijos los coman en
la escuela, o cualquier otro mortal, para tener algo que llevarse a la boca.
Doraemon, con cuatro ingredientes y algo de imaginación
En el primer caso, se ha llegado
a desarrollar el arte de decorar las bolas de arroz hasta límites que reclaman
su puesto en alguna galería, por la pericia con la que se elaboran, muy de la
mano con la creatividad y la originalidad de los mismos (al menos hasta que
alguien lo copia y finalmente se empiezan a proporcionar, previo pago, claro
está, moldes y otras variantes para hacerlo rápido, que el tiempo es oro), usando como modelos personajes de la cultura popular, como el manga o las películas de animación.
En el segundo caso, la
funcionalidad primará sobre la belleza y las bolas serán una masa sin más,
aunque comestible, que es para lo que sirven.
La infancia
de millones de niños sería diferente de no existir las macotas de trapo. Si Jim
Henson no hubiera creado a la rana Gustavo, la cerdita Peggy, Super Coco o el
Monstruo de las galletas (un ser que de pura ansia acababa tirando todas las
galletas y no se comía ninguna…: un servidor se ponía malo con este tema, de
niño), sin olvidar al conde Drácula que contaba como ninguno o esa pareja con
amplias connotaciones llamada Epi y Blas (Bert y Ernie en su versión original),
que se supone que eran una naranja y un limón (la voz de Epi en español la
puso, nada menos, que el inmortal Jordi Hurtado, durante una etapa al menos, ya
que hubo varios dobladores) y el fantástico y surrealista Mana Mana, una de las
canciones más pegadizas que se recuerdan y que data, nada más y nada menos que
de 1969, aunque con reediciones.
No es por
romper la magia, pero todos eran muñecos a los que algún degenerado les metía
la mano por donde la espalda pierde su casto nombre. Entre eso y Alf, que era
un busto lleno de circuitos, salvo para algunas tomas, en las que un enano se
enfundaba el traje de cuerpo entero (el rodaje de esta serie debió ser un
auténtico calvario, por lo que contaron años más tarde sus propios actores),
fueron pasando los años y nos empezamos a olvidar de marionetas, mascotas de
peluche y otras variantes (Yupi empezó a ser el declive, nadie, NADIE quiere
hablar de los Teletubbies y los Lunnis que llegaron para la siguiente
generación, aunque lo intentaron con esmero, no les llegaban ni a la suela de
los zapatos de sus predecesores).
Las mascotas mostrando sus habilidades: Kumamon Vs. Barysan
Como
aparecía la semana pasada, las mascotas en Japón se usan para otras cosas.
Despiertan cierta ternura y pueden intentar ser algo educativas, pero no nos
engañemos. Lo que manda es el parné, la panoja, la pasta, el poderoso caballero
y con él, el marketing asociado, representando a cada ciudad del país, que es
para lo que sirven estos simpáticos y coloridos amigos.
Llega a tal
punto de fascinación que, desde 2010 se elabora un Grand Prix (iba a decir que
nada que ver con lo de España, pero al final, tienen ciertas cosas en común,
aunque sin vaquilla) para decidir cuál es la más popular y la que más aptitudes
y mejor actitud tiene. Un concurso de popularidad entre hombres y mujeres
rodeados de espuma (si no fuera por la polisemia, sería como en una discoteca
de Mallorca).
Qué bien le venía una tila (o doscientas) a Funasshi
Los más
destacados del millar de personajes (una auténtica legión) son, sin duda,
Kumamon (de la región de Kumamoto, jugando con el nombre que significa oso: kuma),
ganador de la edición 2011 del citado
concurso, Funasshī, la
hiperactiva y no oficial, aunque dé lo mismo, porque es con diferencia la más
popular de todas, mascota de Funabashi (si a estos tipos les hicieran controles
antidopping, el que va dentro de Funasshī, daba positivo en todas, casi con
seguridad; o eso, o que le den plaza para las próximas olimpiadas, en cualquier
categoría, con traje y todo. La mascota en sí tiene forma de pera, o eso nos
quieren hacer creer, el producto estrella de este lugar, siendo además un juego
de palabras -nashi significa pera en japonés y es la terminación de la mascota para
cada frase-), el gatete samurái Hinkonyan, algo así como el Homo Antecessor de
todas las mascotas ciudadanas, Barysan, de la ciudad de Imabari, un polluelo (el
yakitori o pollo frito es famoso en esta región) con un puente moderno por
corona, una toalla como fajín (ya que, oh, sorpresa, las toallas son típicas de
dicha región) y un barquito de juguete como clara alusión al puerto mercante
así como un diámetro considerable, que lo hace más difícil de volcar que a un
carrito de golf en el Grand Theft Auto.
Sanomaru con unas amigas cosplayers
Un poco más lejos del Olimpo de la felpa, ya
en unos adosados más modestos para semidioses del mundillo nos encontramos a Sanomaru,
mascota oficial de Sano City,por
descontado, también ataviada con las ropas representativas de su lugar de
origen (una falda estilo nakama y unas chanclas zori), nuevamente con un casco original:
un cuenco de ramen. Así si llueve, o se moja menos, o le da la vuelta y ya
tiene para una sopa. Choruru vendría a ser la mascota deportista del grupo (si
las Spice Girls tenían una, las mascotas niponas también pueden, claro que sí).
Con su pelo verde, su buzo rojo y su camiseta amarilla, nadie diría que se
trata de un deportista nato, pero promociona cualquier competición sana y el
fair play. Tiene más movilidad que otros de sus semejantes, con formas más
humanas, o al menos de cuello para abajo, porque su cabeza, de plástico duro le
tiene que dificultar mucho las cosas…
Fuera de
concurso, porque estos bichos deberían cumplir ciertos parámetros y hacer que
la gente se acercase a ellos en lugar de salir despavorida, está Melon Kuma. De
acuerdo, que los osos salvajes son famosos en Hokkaido, pero es que el ser en
cuestión tiene dos ojos y un par de filas de dientes que dan miedo (justo al
revés que un viaje del Imserso, en lo que a proporción de ojos y dientes se
refiere, naturalmente). Por si fuera poco, el sistema de promoción de dicho
personaje consiste en intentar morder a la gente. Flaco favor a la isla más
septentrional del país (impresionantemente bella por otra parte) El monstruito podría ser objeto de
estudio en cualquier facultad de economía y empresariales y, si me apuran, de
psicología también, se lo digo yo.
Cosas que no hay que hacer como mascota, por Melon Kuma
Hay un montón, no se vayan a creer que la cosa acaba aquí, pero las citadas son, con mucho las más famosas, mientras que las demás se conforman con apariciones más esporádicas en eventos y televisiones, aunque sean más regionales.
¿Quién iba
dentro de Espinete (un erizo rosa de dos metros y pico)? ¿Qué era don Pimpón?.
Un búho, dicen algunos. Antes de empezar a defender la creatividad de los
dibujos y series de los 80, donde destacaban el Barrio Sésamo patrio y la Bruja
Avería con su Bola de Cristal, como punta de lanza de una generación
irrepetible, lo cierto es que fue la época de la heroína y no la mujer que hace
heroicidades precisamente. Una época en la que se decían cosas como “Que no te
enteras, contreras” y Almodóvar tenía un grupo pseudopunk de la Movida
madrileña O el grandísimo y malogrado Tino Casal componía una canción titulada
“Champú de huevo” (Olé sus huevos toreros).
El caso es
que dentro de Espinete había una mujer (casada con Chema el panadero en la vida
real, para más señas) y dentro de Don Pimpón su legítimo creador, nada menos. A
lo Juan Palomo en versión mascota. Y es que el mundo de los muñecos de felpa
para adultos es, como su propio nombre indica, un mundo. Existe incluso una
parafilia al respecto (allá cada uno con sus gustos) denominada plushofilia -he
mirado en Wikipedia para cerciorarme, en la página de parafilias y todavía
estoy en shock con algunas de las ideas de excitación que tiene la gente y no
soy precisamente mojigato-.
Una pequeña muestra de las Yuru-kyara de Japón
En Japón,
como las cosas van por otros derroteros, le buscan el lado a) kawaii: aspecto
que despierta la ternura en la gente y, acto seguido b) negocio: cómo sacarle
rentabilidad a la creación de marras, con excelentes resultados. De una
invención personal por parte de alguien con unos conocimientos básicos de
dibujo o diseño gráfico (pero básicos, básicos, en muchos casos), una máquina
de coser y algo de tiempo libre de las buenas gentes del país se pasa a un merchandising brutal, una cuota de
pantalla en televisión de varios minutos a la semana (tampoco dan para mucho
más) y un montón de accesorios, cachivaches, etc. No me pregunten cómo, que yo tampoco lo sé. Si lo supiera iba a estar aquí escribiendo y no en el Caribe con una pulsera "all included", dándome un chapuzón en Pamukkale o vislumbrando los muros de Petra, por ejemplo.
Las
Yuru-kyara, que así se llaman (Yuru de yurui -amateur, como cantaran los
mexicanos Molotov parodiando el Rock me Amadeus de los 90- y kyara, término
inglés character traducido fonéticamente al japonés: personaje) son mascotas
representativas de cada región del país del sol naciente, por medio de los
símbolos más destacados de cada lugar.
La mascota de Hokkaido, Melon kuma , no muy kawaii
¿Que en Hokkaido los melones y los osos son lo principal y más conocido?, pues un oso-melón y
se ahorran horas, días llegado el caso, de brainstorming.
Y así con todas.
El resultado
es un ejército de muñecos oficiales y no oficiales a los que se les ordena
bailar, cantar y se les hacen un sinfín de perrerías en los programas de
televisión, se les parodia y plagia en infinidad de ocasiones, se les dan
pequeños papeles cómicos en algún otro espacio (no están confeccionados para
tragedias griegas, eso está claro), son protagonistas de videojuegos propios y corales y, mientras que en cualquier otro lugar se
convertirían en moda pasajera, desapareciendo tan pronto como surgieron, en
Japón se mantienen y envejecen con bastante dignidad, manteniéndose durante
años en los principales puestos de la cultura Pop, decorando mochilas,
estuches, carpetas, sudaderas y todo soporte que sirva para lucirlos.
El origen de todo: Hykonyan
Como hay una
barbaridad de personajes -de manera directamente relacionada con las regiones
del país, conviviendo en algunos casos la versión oficial con otras que no lo
son-, sirva este post como introducción general de lo que está por venir la
semana que viene. Prometo que no tendrá desperdicio alguno, ya que la mayoría,
como he escrito, son de traca.
Si en los
últimos quince años ha habido una tendencia creciente en Japón, aunque no sea
la única, ni mucho menos, esa ha sido la de confeccionar personajes. El origen,
pues todo y todos tenemos uno, radica en el gato samurái conocido como
Hykonyan. Pero de cada mascota en concreto (de las más populares, puesto que no
hay post que soporte, al menos por longitud hablar de todas ellas), como ya he
comentado, se hablará la próxima semana.
El período
Edo, o de la Dinastía Tokugawa, trajo consigo numerosos cambios al estilo de
vida nipón, como ya se escribió en su día en la historia de Japón, en este
mismo blog, así como en otras páginas, más fiables, mejor escritas y con más
ilustraciones, pero qué se le va a hacer, uno hace lo que puede. Lo dicho. Pese
a tratarse de un lapso temporal de 200 años, fue un momento complejo pero de
gran actividad cultural, en el que algunos de los mejores artistas del país se
dieron cita para mostrar al mundo de lo que eran capaces y dejar constancia de
su técnica, su ingenio y su buen hacer.
Uno de los más
destacados y actualmente mejor reconocidos a nivel internacional, tanto por la
crítica como por el público es Katsushika Hokusai, un hombre estrafalario como
alguno de los artistas más famosos de todos los tiempos -un dato para hacernos
una idea: está documentado que tras dar rienda suelta a su creatividad en su
casa-estudio, se mudaba a otra por no limpiarla y así sucesivamente en más de
90 ocasiones-.
El kabuki le sirvió de inspiración. Después sería el Fuji
Sus obras
giraron fundamentalmente en torno a la naturaleza, con el monte Fuji como gran
protagonista (también se ha comentado en su momento), en obras seriadas como
Treinta y seis vistas del monte Fuji y, como no le pareció, por lo visto,
suficiente, Cien vistas del monte Fuji -con la Gran ola de Kanagawa como máximo
exponente pictórico de toda su extensa producción-. Vivió hasta casi los 90
años de edad y rara vez se mantuvo ocioso, de ahí su extensa obra.
Con una
educación esmerada a cargo de un artesano de Edo, que lo adoptó desde su infancia
así comopor otro artesano -grabador esta
vez- durante su adolescencia, Hokusai aprendió el oficio con maestría y lo
pulió con otros importantes expertos de la época, convirtiéndose, incluso desde
sus primeras obras que representaban a actores de kabuki (tema en el que
profundizaré más pronto que tarde), con el paso de los años, en el referente
nipón que serviría de influencia en la generación de artistas franceses (al
menos la mayoría) que cambiarían la concepción del arte tal y como lo conocemos
actualmente: los impresionistas y postimpresionistas.
O-ei, hija del artista, gran conocedora de la "luz de candilejas"
Todo lo que
realizaba se convertía en arte y no en vano, una de sus hijas (O-ei la llamaban
a la hora de comer) fruto de su primer matrimonio pasó a la historia del país
como “la Rembrandt de Oriente” gracias a los potentes claroscuros de su
producción, más reducida que la de su padre (apenas una escasa decena de
pinturas), pero altamente recomendable. Ella fue la única que le cuidó en los
últimos años de su vida y la que, como supondrán, se mudaba con él cada vez que
había que hacer limpieza general en casa, dejando a las cucarachas en casa solas,
pero con unas dotes artísticas que para mí las quisiera (algo se les pegaría,
además de la mugre).
Una mezcla de dos obras incombustibles
Las
xilografías (grabado con planchas de madera) de Hokusai abarcaron todos los temas
imaginables y las técnicas conocidas hasta entonces, especializándose, no
obstante en la ilustración de libros de diversa ralea, lo que le proporcionó
una fama espectacular y un nada desdeñable número de alumnos y de adeptos,
mientras que seguía pintando otros formatos llegando, en una ocasión a ser
llamado por el shogun para realizar una demostración pública.
Tras las
diversas muertes de varios miembros de su familia, duros reveses para
cualquiera, dichos acontecimientos modificaron la perspectiva vital de Hokusai
lo que influyó indefectiblemente en el estilo de su última etapa.
Él había
sido conocido por su gran sentido del humor y su no poca picardía, con fuerte
carga erótica en muchas ocasiones -parece que la obsesión con los tentáculos les
viene a los japoneses de hace mucho tiempo, lo que se entiende tras ver “El
sueño de la esposa del pescador”-, cambió notablemente, aunque sin perder la
vitalidad que siempre le caracterizó.
Y un día, como casi siempre pasa, sin que se la espere, le visitó la parca, lo que trastocó sus planes, ya que quería vivir algo más (otros veinte años) para perfeccionar su técnica hasta estar contento con ella. No pudo ser, pero legó finalmente más de treinta mil obras (la inmensa mayoría grabados). Y se murió.