La primera mitad del Siglo XX terminó antes de tiempo. Un lustro nada menos. 1945 marcó el final de la II Guerra Mundial y de muchas otras cosas, creando un mundo completamente diferente, con una mentalidad que miraba hacia el futuro con cierta esperanza, en algunos casos impulsada por el Plan Marshall (en España aquello solamente sirvió para dar origen a una fantástica y delirante película pero para nada más).
Una segunda mitad en la que el ser humano crecería exponencialmente, algo que no es nada bueno, pero aquí estamos, qué le vamos a hacer ya…, logrando hitos brillantes como la llegada del hombre a La Luna, El Padrino, Queen o Adriana Lima, si bien en el cómputo general, los hitos negativos, infames, deplorables, superarían con creces a los otros y no faltarían problemas como la Guerra Fría, que llegó a generar situaciones de tensión mundial, al borde de una III Guerra Mundial, además de casi 40 años en Hollywood en los que no hacía falta ser muy listo para saber que el que tenía acento ruso iba a ser el malo de la película, el desastre nuclear de Chernóbil, del que la reciente historia de Japón tiene, tristemente, mucho en común -no por las causas pero sí por las consecuencias, que, al fin y al cabo, es lo que realmente importa-, y otros tantos al comienzo de este Siglo XXI -mención especial para la programación completa de Tele5-, entre otros.
Una segunda mitad en la que el ser humano crecería exponencialmente, algo que no es nada bueno, pero aquí estamos, qué le vamos a hacer ya…, logrando hitos brillantes como la llegada del hombre a La Luna, El Padrino, Queen o Adriana Lima, si bien en el cómputo general, los hitos negativos, infames, deplorables, superarían con creces a los otros y no faltarían problemas como la Guerra Fría, que llegó a generar situaciones de tensión mundial, al borde de una III Guerra Mundial, además de casi 40 años en Hollywood en los que no hacía falta ser muy listo para saber que el que tenía acento ruso iba a ser el malo de la película, el desastre nuclear de Chernóbil, del que la reciente historia de Japón tiene, tristemente, mucho en común -no por las causas pero sí por las consecuencias, que, al fin y al cabo, es lo que realmente importa-, y otros tantos al comienzo de este Siglo XXI -mención especial para la programación completa de Tele5-, entre otros.
La cuestión principal es que Estados Unidos con Mc Arthur como embajador con bastante mano izquierda dadas las diferentes tradiciones entre unos y otros y la moral herida de un pueblo esencialmente orgulloso como siempre ha sido el nipón, consiguió que las clases gobernantes y por ende toda la sociedad aceptaran con un poco de azúcar la píldora de la rendición, consiguiendo poco después, previa modificación constitucional, una rápida recuperación económica que estabilizó la situación en apenas unos pocos años, creando de paso una especie de Síndrome de Estocolmo hacia los estadounidenses, de los que adaptaron algunas costumbres acogiendo también varias bases militares de su ejército.
La economía resurgió con una potencia inesperada, ayudada especialmente por la organización de los Juegos Olímpicos en la capital en 1964, hecho que motivó un profundo cambio en las infraestructuras y las comunicaciones que perdura hasta hoy y que lo ha convertido en uno de los países pioneros en este aspecto. Si bien es cierto que hubo alguna recesión puntual, la economía basada en la tecnología o la industria del automóvil ha estado casi en todo momento en una situación óptima.
La población se adaptó a las circunstancias cambiantes con sorprendente facilidad, manteniendo por un lado infinidad de tradiciones y por otro abrazando numerosas influencias del exterior y una industrialización brutal -no son pocos los señores mayores que recuerdan que, donde antes había arrozales y otras tierras de labranza por doquier, ahora únicamente hay barrios residenciales hasta donde alcanza la vista-, mención especial al centro de Tokio, cuyos neones se han convertido en iconos mundiales y no hay turista que no se sienta más identificado con la cultura japonesa en Shibuya que en Itsukushima, lo que es un poco triste, pero una realidad, al fin y al cabo.
Para terminar, mención especial para el Período Heisei, que comienza a las puertas de los años 90 con un cambio de emperador -a emperador muerto, emperador puesto- y se mantiene hasta hoy, en el que han pasado varias cosas positivas, pero del que se recuerdan esencialmente dos hechos negros, uno por acción humana directa -el atentado en el metro de Tokio con gas sarín, en el que murieron 13 personas, pero que dio la vuelta al mundo- y otro por la acción de la naturaleza y la acción humana indirecta derivada -el terremoto-tsunami de Sendai de 2011 y el posterior desastre nuclear de Fukushima, que dejó miles de muertos y unas terribles consecuencias que, seguramente, estamos lejos de atisbar completamente-.
Y así, lenta pero inexorablemente la historia se funde con el presente y espera pacientemente a que llegue el futuro para seguir escribiendo nuevas páginas en su enorme libro.
Y como colofón, un aviso a navegantes: esta semana me habría gustado realizar el post sobre Dragon Ball, con motivo del 30º aniversario de su primera publicación en Japón, pero lo prometido es deuda y había que terminar antes con su historia. Sin embargo, dicha celebración no cae en saco roto y el fin de semana que viene el tema versará sobre Son Goku, sus simpáticos compañeros y el gran Akira Toriyama -según sus dimensiones, puede que incluso sea un post para dos semanas-.
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