Conviene
hacer un alto en el camino y dejar la historia para otro momento porque tanto
hablar de lo mismo se puede hacer muy denso y repetitivo, por muchos toques de
humor, chascarrillos y otras tonterías que un servidor trate de incluir en
numerosas ocasiones.
El cambio de
tercio no lo es tanto dado que la idea es centrarse en una reseña biográfica, pero
incluyendo música. Mucha música.
Japón
actualmente tiene mucho ritmo. No es falso el mito de que prácticamente todos
los estudiantes saben tocar algún instrumento musical, ya que si no lo aprenden
en clase de música desde jovencitos (dejando la flauta dulce de lado
rápidamente), lo estudian en clases extraescolares o en conservatorios y un
número significativo participa algún recital en uno u otro momento de su
formación. Tampoco sucede con todos los alumnos, naturalmente.
El director retratado con las creaciones de Miyazaki |
Parece
curioso o cuando menos llamativo que en un país en el que las notas se “maman” desde jóvenes apenas
exporte música más allá de sus fronteras.
Bien es cierto que el idioma, al que prestaré especial atención muy pronto en el blog, supone un óbice lo suficientemente grande para que triunfe profusamente, pero ahí están Rammstein, con su potente alemán o Carla Bruni que quelqu'un m'a dit que canta en francés o recientemente el fenómeno Stromae, por ejemplo, todos ellos con estilos completamente distintos e idiomas relativamente minoritarios -aunque, bien es cierto, más próximos para los españoles- y tienen su público. Y resulta todavía más desconcertante que sus buques insignias sean el J-Pop y el J-Rock (pop y rock japonés, respectivamente), los dos estilos musicales más internacionales sean algo nunca oído en Occidente.
Bien es cierto que el idioma, al que prestaré especial atención muy pronto en el blog, supone un óbice lo suficientemente grande para que triunfe profusamente, pero ahí están Rammstein, con su potente alemán o Carla Bruni que quelqu'un m'a dit que canta en francés o recientemente el fenómeno Stromae, por ejemplo, todos ellos con estilos completamente distintos e idiomas relativamente minoritarios -aunque, bien es cierto, más próximos para los españoles- y tienen su público. Y resulta todavía más desconcertante que sus buques insignias sean el J-Pop y el J-Rock (pop y rock japonés, respectivamente), los dos estilos musicales más internacionales sean algo nunca oído en Occidente.
Eso no quiere decir que no haya nadie japonés en el panorama musical.
Steve Aoki (estadounidense de nacimiento pero de ascendencia absolutamente
nipona) es uno de los más afamados DJ’s
del mundo con presencia en multitud de festivales y clubs de todo el mundo.
Kyary Pyamyu Pyamyu por su parte, con sus estridencias (la Lady Gaga asiática
le dicen), tiene cada vez más fieles seguidores en Europa y Norteamérica
(desconozco si en Sudamérica tiene alguna trascendencia, lo siento), pero para
hablar de 120 millones, no parece especialmente significativo. También es
verdad que alguien pensará: “Pues más son en China y no
conozco más música suya que la que me ponen de fondo en los restaurantes”
o “En la India son un montón también y salvo por
las películas de Bollywood no he escuchado nada”.
Puede que sea cierto, sí, pero es que aquí se habla de Japón exclusivamente.
Los de otras latitudes que se vayan con la música a otra parte…
Los japoneses, dejando al margen el idioma, tienden a hacer cosas -tanto
en la música como fuera de ella- por y para ellos, y al que le guste bien y al
que no que arree, que ancha es Castilla. Incluso en sus productos más
internacionales y sus marcas más conocidas, imprimen un carácter fácilmente
reconocible y único, como sólo en su país se podría hacer. Esto puede ser
fantástico o no, claro está. De cada persona depende juzgarlo.
Como director, aporta su toque especial en sus obras |
Dejando pues
todo este preámbulo que es más largo que el tema en sí, es menester hablar
sobre el genial y prolífico compositor y director de orquesta Joe Hisashi,
responsable de un amplio centenar de bandas sonoras en películas entre las que
figuran la filmografía completa del ya mencionado en numerosas ocasiones Hayao
Miyazaki (formando un tándem sin parangón en el cine asiático) del mismo modo
que para un sinfín de películas de Takeshi Kitano (otro viejo conocido), aunque
sus obras sin relación alguna con estos dos “monstruos” del celuloide son
igualmente encomiables y su labor como director igualmente digna de todos los elogios
posibles.
Pese a la
sensibilidad demostrada en sus piezas, que ora nos sumergen de lleno en parajes
de ensueño, ora en escenas de acción desbordante con gran acierto en todo
momento, el bueno de Hisahi, llamado realmente Mamoru Fujisawa,
debe su nombre artístico a otro compositor, en este caso americano: el también
reputado Quincy Jones (su nombre artístico es fruto de un juego de palabras, ya
que el kanji hisa de su nombre Hisashi también se puede pronunciar como Kyuu. Unan
ahora kyuu + shi + joe y les saldrá algo parecido al ídolo del nipón). Un
cachondo, vamos.
Pero, como
buen músico y si una imagen vale más que mil palabras, previsiblemente una canción evocará más de mil imágenes, lo mejor es juzgar con su propia música
escuchándola así que dejo tres grandes temas, el último de ellos directamente
un concierto en el que dirige e interpreta las canciones que él mismo ha
compuesto para que sean ustedes mismo los que juzguen.
Visualmente fantástica, la música tenía que ser, como poco, igual de buena
Uno de los temas centrales de La princesa Mononoke
Para concluir por hoy, el concierto con motivo del vigésimo quinto aniversario de Ghibli
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