sábado, 27 de septiembre de 2014

Historia de Japón II (nihon no rekishi ni, にほんのれきしに, 日本の歴史二)


Tras quedarnos con los Yamato, que a su vez dejaron de lado el periodo Nara, los cuales sucedieron al periodo Hakuhō, que había sustituido con más o menos éxito al periodo Asuka y así sucesivamente, volvemos a retomar esta particular, subjetiva (hasta aquí no hay diferencia notable con otras profesiones como el periodismo en España) y jocosa visión de la historia nipona. Al que no le guste, que no lea, que nadie le obliga. El que avisa no es traidor.

Decía pues que los Yamato tampoco llegaron para quedarse, pese a que su decisión de colocar la capital en Kioto sí se mantuviera durante bastante tiempo. Unido al descontento creciente fruto de adaptar determinadas costumbres de los incómodos vecinos del oeste, llegaron las invasiones por parte de los propios vecinos que no ayudaron demasiado que digamos.

Kublai Kan, nieto de Gengis y conquistador como su abuelo, trató de anexionarse Japón ya que pasaba por allí. Total, ¿quién lo iba a notar? 

Los samuráis, que llevaban tiempo entrenando para medirse a alguien encontraron por fin rival. Sin embargo y como ha sucedido con otras grandes y temibles armadas a lo largo de la historia, no sucumbieron los barcos mongoles ante la poderosa infantería nipona. Ni falta que hizo. Cada vez que osaron acercarse a la costa, el tiempo-weather, que dirían los chanantes, les recibía con alguna sorpresa emocionante, como tormentas fuertes o directamente tifones -sutilezas las justas- que daban al traste con la invasión y hundían los barcos tan bien que ni en el juego de mesa, permitiendo además a los japoneses prepararse ante futuras visitas indeseadas, en caso de que saliera un día de esos de jugar a las palas en la playa, que no llegó a ser el caso, ya que los invasores acabaron por desistir. Los fuertes vientos se consideraron sagrados al salvar a los japoneses derivando en la leyenda del kamikaze (kami significa dios y kaze viento, así que de pilotos suicidas nada, que viene de antiguo, aunque ya veremos qué tienen en común otro día).

Pasado el peligro de guerrear con el vecino, tocaba hacerlo en casa (guerrea bien y no mires a quién) y así empezaron a darse caña, afeitando con la katana hasta la nuez a todo el que se pusiera por medio, con cambios de bando incluidos, huidas hacia adelante con todos los trastos que al final acabaron saliendo bien, un “tú a Kioto y yo a Kamakura” que ya lo quisieran en Hollywood, seppukus  y otras muchas anécdotas divertidas. Este momento llamado Restauración Kenmu no tiene desperdicio alguno y es recomendable investigarlo detenidamente. No obstante, dilatarnos en exceso con ello (apenas 20 años en toda la historia y con todo lo que viene luego), sería poco acertado a mi entender, que aunque chico es el único que tengo.

Para acabar por hoy, hay que centrarse en el periodo Muromachi, que abarca más de dos siglos y supone una época floreciente en todos los sentidos, incluidos, como no podía ser de otra manera, el cultural y artístico.

Los protagonistas del anterior periodo, los del bando ganador al menos, seguirían con sus idas y sus vueltas hasta casi terminado el siglo, dividiendo nuevamente el imperio en dos partes, hasta que Ashikaga Yoshimitsu (absténganse de hacer bromas con el nombre, por favor ni de relacionar el apellido con el personaje del Tekken, aunque se preste), diplomático ejemplar y con gran dote de mando consiguió unir con esfuerzo y sangre fría lo que habían dividido otros en caliente.  Sin embargo, el mal ya estaba hecho y el imperio dividido en un sinfín de señores feudales que vieron la oportunidad de gobernar presentarse y no quisieron desaprovecharla. 

Apenas dos generaciones tras Yoshimitsu el imperio se vino abajo y las guerrillas civiles se sucedieron en todas partes, en el conocido como Periodo Sengoku (seguimos con la relación con los videojuegos y eso sin llegar todavía a Oda Nobunaga, que llegará a continuación) o de luchas constantes también denominado Daimyo (dai: grande, myo: nombre, apellido), ya que cada líder poseía algún apellido destacado.

Era un auténtico todos contra todos, hasta que aparecieron entre toda la maraña dos nombres que destacaron sobre los demás, Imagawa Yoshimoto que contaba con un gran ejército (no dudando en jactarse de ello a la mínima oportunidad) y el ya citado Oda Nobunaga, que pese a ser un caudillo menor, fue el que “le dio pa’l pelo” al anterior, pasando a ser el amo del cotarro, aunque como secundario o Ministro de Estado -un valido del rey a la japonesa-, mandando mucho pero rindiendo pocas cuentas. Fuera bromas, debía ser un guerrero experimentado, un líder nato, respetado entre la soldadesca y no mal gobernador, vamos, bastante válido para el cargo, como los de hoy en día.

Y con esta ironía descarada, queda la historia pausada hasta la próxima jornada.

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