sábado, 20 de septiembre de 2014

Historia de Japón I (nihon no rekishi ichi, にほんのれきしいち, 日本の歴史一)



Sin el permiso de los historiadores que montarán en cólera (caballo veloz y brioso donde los haya) debido a los innumerables excursus y a algún que otro error, que de producirse es completamente involuntario, de enterarse, claro está, voy a proceder en el post de hoy a relatar una breve y personal visión de la historia de Japón, que servirá de contexto para otros temas posteriores como la pintura o la arquitectura.

Dicho esto, para bien o para mal la influencia de China y Corea en Japón es notable desde prácticamente sus inicios.  Bien es cierto que esa permeabilidad fue mutua. Es lo que tienen los vecindarios, que lo quiera uno o no, al final acabará copiando algunas cosas de aquellos que están alrededor. 

En Japón hubo asentamientos datados desde el Paleolítico y poco después (mil años arriba, mil años abajo, que parece que no son nada en historia y luego nos volvemos todos locos cuando no carga un vídeo en YouTube durante unos segundos…) aparecieron los primeros cultivos de arroz -no parece una moda pasajera-, el metal -que no la música; para que viniesen Deep Purple y compañía faltará todavía un poco- y la alfarería.  A una de estas civilizaciones se les conocía como los Yayoi -no los yayos, por muy viejos que fueran-. Sus asentamientos parecían calcos de las pallozas del noroeste de España, sin nada que envidiar unos de otros.

Con esta vida tan sencilla fueron tirando con más o menos fortuna hasta bien entrada la era actual, con el Imperio Romano en Occidente dilucidando si ofrecía a los cristianos como aperitivo frío a los leones para regocijo del personal o si por el contrario hacían las paces y los invitaban a comer a casa, de nuevo para regocijo del gentío (eran gente muy proclive a regocijarse, estos romanos), allá por el siglo III d.C., aparecieron los Yamato (como los Giménez o los López, pero más al este) y decidieron que la cosa estaba demasiado tranquila saliendo a guerrear desde bien temprano, a creerse semidioses y toda la parafernalia que, de manera idéntica, llevarían a cabo todos los que han estado en el poder en casi todos los países y en casi todas las épocas del mundo. Como con ambos asuntos les iba bastante bien, empezaron a anexionar territorios como el que colecciona cromos, hasta formar un imperio destacable. Impusieron su sistema de creencias, articulado en mitos y leyendas que constituirán otro post más adelante.

Eran buenos guerreros y unos caciques más experimentados que el indio de la botella de ron homónima, que ya es decir, pero administrar como es debido no era el punto fuerte de su currículum así que comenzaron a copiar a las poco sofisticadas pero singularmente eficientes administraciones chinas y coreanas. La medida no acabó de gustar entre las orgullosas gentes niponas del momento que empezaron a sublevarse aquí y allá (o allá y allá para la mayoría de los lectores, ya que todo queda lejísimos desde ese punto de vista) lo que obligó a los que mandaban y sus familias -aristócratas- a contratar guerreros diestros en el noble arte de destripar a todo hijo de vecino como al cerdo el día de san Martín, llamados samuráis. 

Visto con algo de perspectiva, no eran más que mossos de escuadra o antidisturbios con katana(s), pero su destreza y sus batallas siguen inspirando a novelistas, guionistas y otros departamentos creativos que sacan películas, videojuegos, libros y mangas sobre este tema como churros el día de la feria.

A partir de este momento, turbio y convulso, pues no se puede denominar de otra manera, como fue la Edad Media en prácticamente todo el Hemisferio Norte, las dinastías comenzaron a sucederse, con infinidad de intrigas palaciegas, matrimonios de conveniencia, sospechosas muertes y honor, mucho honor, que, a falta de revistas de papel cuché, era lo que daba vidilla a las gentes de la época, ya que derivaba en duelos al sol (naciente) o en grandes banquetes. 

La capital se ubicó en Kioto durante buena parte de esta primera etapa y varió poco a lo largo de los años, salvo con algunas excepciones de las que habrá tiempo para escribir en otra edición, pero no hoy, que se hace tarde.

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