sábado, 16 de agosto de 2014

La casa japonesa: las habitaciones (nihon kaoku: heya, にほんかおく:へや, 日本家屋:部屋)



Son las 6 y media de la mañana. Suena la alarma. Hiroshi acerca su móvil y tras ojear los mensajes que han quedado almacenados en las redes sociales durante la noche, se limpia una legaña, abre la persiana corredera y, mientras la luz inunda la estancia, él se dispone a sacar su futón individual a la terraza. 

Es el mismo baile mañana tras mañana. 

Hace un calor húmedo, sofocante, típico del mes de agosto. El coro de cigarras lleva ya cerca de una hora de concierto, aunque nadie le preste atención o quizá estén de vacaciones. Por el rabillo del ojo que tiene abierto se percata de que sus vecinos llevan ya tiempo levantados. La conversación familiar que se escucha en el interior de la casa aledaña y la ropa de cama mecida con la suave brisa de la mañana hacen este hecho inconfundible.

Se ducha. 40 grados a presión son lo mejor para desperezar a cualquiera. No tiene tiempo que perder, tiene que ir a trabajar. La reunión de las 10 se presume crucial. Apura su bol de arroz hervido, el otro de nato, un último de sopa de miso y las verduras, se asea una vez más, coge su maletín y sale por la puerta sin mirar atrás.

Piezas sueltas de tatami
Esta introducción creada a vuelapluma, sin tampoco mucha calidad aunque tratando de enlazar algunos de los temas anteriores pretende introducir el de esta semana, segunda parte a su vez del post: la casa japonesa, salvo que, en esta ocasión la protagonista es la habitación, la alcoba.


Como no podía ser de otra manera, el primer lugar al que hay que mirar es al suelo, para ir alzando la vista y, de este modo, descubrir las poco sutiles y sí enormes diferencias con las casas occidentales.

Las piezas de tatami determinan el tamaño de la habitación
En primer lugar, el suelo de las habitaciones es siempre de tatami en las casas típicas (hay casas mixtas que presentan unas habitaciones de tarima y otras de tatami, pero aquí hablaremos siempre de las casas “a la antigua usanza”, que, por otra parte, se siguen construyendo todavía frecuentemente). Se trata de unas esteras hechas con pajas entrelazadas (con la irrupción de los nuevos materiales sintéticos se han creado otros tipos, aunque no gozan de gran éxito ya que choca con el carácter tradicional que se pretende conseguir) y rematadas en sus lados más largos con una cinta verde con algún tipo de decoración geométrica y nada en los lados más estrechos. 

Las medidas de cada pieza son estrictas: 90cm de ancho, 180cm de largo, lo que hace exactamente el doble, y 5cm de grosor, perfectamente encajadas (a cuchilla prácticamente). Consecuentemente, las medidas de las habitaciones serán siempre múltiplos de 90, ya que si no, sobran espacios. He leído que en Kioto las piezas difieren en tamaño con respecto a otros puntos (son algo más grandes), pero no he llegado a poder contrastarlo. Únicamente lo cito como hecho, sin mayor relevancia, por si a alguien viviendo en Tokio o Saitama se le ocurre la descabellada idea de comprar el tatami en la antigua capital.

A mayor número de láminas, mayor habitación
El olor de un tatami recién colocado es sumamente característico y penetrante, pudiendo incluso llegar a desagradar, si no se tiene mucha experiencia, aunque se difumina con el paso de las semanas. Este tipo de suelo se cambia cada pocos años.

Requiere, por su parte, un cuidado muy específico, ya que no es conveniente que se humedezca, al poder pudrirse con sorprendente facilidad, especialmente teniendo en cuenta que las camas no los son tanto, sino futones de quita y pon.

De aquí se deduce el segundo punto de la exposición, además de que los japoneses en su día a día hacen y deshacen la cama literalmente.

Una habitación japonesa cambia realmente del día a la noche
No se engañen. En Japón hay camas. De las de toda la vida, con su colchón, su somier y demás, pero eso únicamente en las casas modernas. En las old fashioned style o retro, lo que hay son futones, con su capa de abajo, como los colchones de espuma pero más fina, su parte central o futón propiamente dicho en el que el grosor varía en función de la calidad y el precio del mismo (directamente proporcionalmente a su comodidad, todo hay que decirlo) y finalmente una cobertura o colcha, edredón… aquí ya más relacionado con el estilo europeo. Todas las partes suelen enrollarse o plegarse con facilidad. Está muy bien pensado.

El sistema para limpiar esto es tan complejo como sacarlo por la ventana y dejar que el sol, con sus rayos uva, hagan ese trabajo de limpieza (las fundas, sábanas y otros se lavan puntualmente, como es natural), además de otros productos en spray, bactericidas (o eso dicen), por lo que cada mañana y siempre que el tiempo acompañe, el desfile de ropa de cama por las terrazas niponas es algo digno de ver. Se llega a dar el caso en el que las casas aprovechan la orientación para colocarlo según en que parte si es de mañana o pasado el mediodía, por lo que más que futones parecerán girasoles. Bien es cierto que no es un colchón, aunque tampoco es lo más cómodo de mover del mundo, si bien es factible y eso, para ellos, es más que excusa suficiente para intentarlo y conseguirlo.

Los japoneses no toman el sol. Sus futones, sí
Esto es además extraordinariamente funcional. Como si de una cama abatible se tratase, la habitación es tal por las noches, pero por el día es un espacio diáfano con múltiples posibilidades (la otra parte se guarda en los usualmente enormes armarios). Dormir cerca del suelo responde a otros dos aspectos muy a tener en cuenta en Japón, ambos relacionados con los terremotos, comunes en el archipiélago: estar cerca del suelo permite percibir la presencia y la potencia de los mismos así como evita caerse y golpearse si se trata de una fuerte sacudida. Son todo ventajas.

El altar se encuentra en un lugar más elevado (noble)
Por último aunque no menos llamativo, cabe constatar que en algunas habitaciones -otras veces en el salón, del que hablaré en una ocasión futura- existe un lugar dedicado a honrar la memoria de los familiares difuntos, a modo de pequeño altar: un mueble de madera  con alguna foto de los fallecidos, un almirez que se usa a modo de campana y algunos platillos y boles que se suelen llenar de alimentos, frescos o envasados a modo de ofrenda para que a éstos no les falte en el más allá, degustando los manjares de los que estamos en el más acá, o al menos sus olores, que parece que es lo único que traspasa el suave velo que divide uno y otro mundo (esencialmente en la tradición, más que en el culto sintoísta propiamente dicho).  Del mismo modo, siempre hay incienso cerca, tanto para purificar como para hacer notar la presencia de los descendientes como queriendo decir:

      -¡Hey!, seguimos aquí y nos acordamos de vosotros. Esperamos que todo vaya bien por allí. Un día de estos, esperemos que tampoco demasiado pronto, que aquí ahora tenemos internet y móviles táctiles que entretienen una barbaridad, nos volveremos a reunir todos juntos con gran felicidad.

Como son gente funcional y práctica, pasado este período para catar los alimentos, éstos vuelven a la cocina o al comedor y son consumidos por los vivos, siguiendo la máxima de que “el muerto al hoyo y el vivo al bol-llo” (bol de arroz, se entiende).

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