sábado, 26 de julio de 2014

El canto de la cigarra (zemi no uta, ゼミのうた ,蝉の歌)



Todos los niños aprenden de pequeños (o aprendían antes de la LOGSE) que hay que trabajar cual hormiguita para cuando llegue el invierno y no holgazanear como la cigarra, que se tiraba el día cantando, sin más oficio ni beneficio. Y funcionaba. Antes de la crisis, al menos. Al menos la fábula lo relataba de esa manera. No había buitres corruptos en las fábulas. Habríamos aprendido más que con tanta hormiga y tanta cigarra, pero vayamos al tema que nos ocupa. La historia real es algo diferente, como veremos a continuación.

Sin ánimo de resultar repetitivo en exceso, dado que la semana pasada la temática versaba sobre animales, el blog cumple un año y retomo algo que comentaba en aquel post inicial y que por suerte o por desgracia (bastante más de lo segundo que de lo primero), se repite como todos los veranos cuando acaba la temporada de lluvias y comienza a apretar el calor de lo lindo (superando los 36 grados centígrados casi todos los días y con una humedad ambiental del 70-80%: una maravilla, vamos).

 No sé si los niños vienen de París. Estos bichos, desde luego, no.

Las protagonistas de hoy no son otras que las cigarras, o chicharras, o cícadas según regiones y fases de su evolución, unos bichos apasionantes capaces de tirarse de 2 a 17 años enterradas en fase larvaria (que ya son años), para salir a la superficie cavando túneles cual minero, aunque sin su canario para el grisú, mudando la piel, dejando una cáscara seca con la apariencia del insecto original y finalmente salir y volar libremente, aferrándose a los árboles, de los que succionarán la salvia para alimentarse, apareándose, los y las que puedan, como en todas las especies y finalmente muriendo.

Lo característico, no obstante, no es ni su gran tamaño (hasta 6 centímetros, que ya es bicho), ni su ciclo vital. Lo más llamativo para todo aquel que no esté sordo es su sonido.

Lo de aparearse, sea la especie que sea, siempre tiene su miga: desde las tortugas que parece que van a morir de un infarto a las dentelladas “cariñosas” de los tiburones, desde las mantis religiosas o las viudas negras que acaban con el macho acabada la cópula, hasta los puercoespines, que figúrense como tiene que ser aquello, desde los humanos que tras la discoteca acaban en un Ford Fiesta, encajando el pie en el volante… ejem, y así hasta repasar todas y cada una de las especies.

Toriyama lo tuvo claro para el origen de Cell: las zemi
En el caso de las cigarras, el tema en sí no es lo más importante, al menos desde nuestro punto de vista. Lo que supone odio y admiración, en ocasiones al mismo tiempo es el sonido que realizan los machos para llamar la atención de las hembras y así poder “perpetuar la especie”. Un zumbido atronador que suele acabar con la paciencia del más santo, capaz de convertir la serenidad de un bosque o un jardín en un conciertazo con varios instrumentos.

Las variedades más célebres en Japón (cigarras hay en todo el mundo salvo en los Polos), se denominan zemi -leído dsemi o directamente semi, como lo escribiré a partir de aquí, algo que, por otra parte todavía atormenta a los brasileños, desde el baño de los alemanes- y que, en función del sonido que emiten (cada clase tiene el suyo particular) o la forma de los insectos reciben uno u otro nombre. Hay unas 30 distintas en el archipiélago nipón. No obstante, algunas aparecen en pequeñas regiones, mientras que otras lo hacen a lo largo y ancho de todo el país . Aquí veremos las más conocidas:

Harusemi: la más precoz, aparece en primavera (haru en japonés), desde comienzos de junio hasta mediados de julio.

Minminsemi: las más famosas, las que todo el que visita Japón en verano o vive en el país asocia rápidamente a la época estival. Reciben su nombre por la onomatopeya de su propio sonido, fuertemente metálico, curiosamente. Ha aparecido (el famoso soniquete, como mínimo), en infinidad de animes y películas, siendo reconocible incluso para aquellos que no han estado en Japón pero son aficionados a estos géneros.

La más característica de todas (mueve ese culito sexy)

Hikurashi: también denominada kana kana, de nuevo por el sonido que produce. Mientras que otras especies se posan y alimentan de árboles, esta variedad prefiere los juncos, cuyo nombre japonés (rashu o rashi) es el que bautiza a la especie.

Tsuku tsuku boushi: de nuevo, la transcripción de la onomatopeya realizada por el insecto hecho nombre para definir al mismo. 

Aburasemi: abura significa aceite en Japón. El sonido que producen, aparentemente, evoca al que hace el aceite cuando se usa para freír algo. Son, probablemente las más ruidosas, con un sonido constante y potente. Descansan por la noche aunque son madrugadoras y comienzan a “cantar” desde que sale el sol, que en verano suele ser sobre las 5 de la mañana. Son “lo más sonado” entre julio, agosto y septiembre en todo Japón y miden entre 5 y 6 centímetros.

No hay sonido más cansino que el de la aburasemi

Esosemi: son una de las variedades más grandes, llegando a alcanzar los 7 centímetros en ocasiones. Su ciclo es más reducido, apenas un mes, desde mediados de julio hasta mediados de agosto. 

Desconozco, dado que no hay una documentación muy extensa sobre el tema en nuestro idioma si las Kumasemi (kuma significa oso en japonés) son la misma variedad o se trata de otra diferente, como sinceramente creo. No obstante son otra de las variedades de gran tamaño, muy presentes en la zona de Shizuoka y otras regiones del sur de Japón.

La kumasemi, típica de la zona meridional nipona

Chichisemi: si la precoz es la harusemi, en las antípodas nos encontramos con la chichisemi, la más tardía, apareciendo cuando las demás especies acaban sus ciclos y aguantando vivas hasta avanzado el otoño (noviembre, las más longevas).

Por último, es conveniente destacar que las familias japonesas suelen coger las cigarras, llevando a los niños desde su más tierna infancia, familiarizándolos con esos seres que con ellos conviven y convirtiéndolo en multitud de hogares en una tradición generacional, ya sean directamente a mano o con su correspondiente artilugio, algo llamativo ya que, ante unos insectos de ese tamaño, lo normal sería salir corriendo y no mirar atrás. Ellas, educadas notifican su posición para que uno las evite, no para que vaya detrás.

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