sábado, 5 de julio de 2014

Captain Tsubasa (kyaputen Tsubasa, キャプテン つばさ,キャプテン翼)


Algunos de los protagonistas

El fútbol es extraordinariamente controvertido actualmente. Posee tantos partidarios como detractores. No deja de ser un deporte, por lo que debería percibirse como algo positivo, un sano ejercicio. Hasta que el dinero hace su aparición. De este modo, multitud de asociaciones, federaciones, equipos, representantes, mercados y demás parafernalia burocrática y política (acaso estas palabras poseen alguna connotación positiva en algún idioma) meten “el cazo”, los salarios se disparan y un bonito ejercicio que levanta pasiones (pasiones, no lo que hacen algunos estúpidos aprovechando la coyuntura) se convierte en un negocio y pierde completamente la gracia.

Exposición sobre Tsubasa en Ueno (Tokio)
El Mundial es un perfecto ejemplo de lo ya citado. Construcciones faraónicas para un uso cuestionable, en ocasiones en mitad de la jungla y sin solución de continuidad  (por poner un ejemplo), con beneficios para la Asocicación que se lo “lleva crudo” y con gastos únicamente para los anfitriones, hacen que incluso pueblos en los que el fútbol es una auténtica religión, acaben rebelándose y  exigiendo un cambio.

Haciendo de abogado del diablo, esto mismo sucede con la práctica totalidad de deportes de élite (tenis, baloncesto, hockey, ciclismo, automovilismo) en todas las superficies (natación, waterpolo), muchos de los cuales, además, tienen que lidiar con otro cáncer: el dopaje.

Pese a todo esto, que no es poco, el fútbol gusta mucho. Aficionados se desplazan miles de kilómetros para ver cómo unos muchachos dan muchas patadas (algunas incuso al balón), tratando de meter la pelota en el arco que menos forma de arco tiene en el mundo, escupen mucho, hasta el punto de no necesitar regar más el césped después y, con suerte, dejan algún detalle de calidad, alguna floritura o alguna bonita jugada que quedará para la posteridad (que con lo rápido que avanza todo será hasta mañana por la mañana).

Una infancia sin catapulta infernal no es una infancia
El Mundial sirve como excusa perfecta para hablar de uno de los iconos más reconocibles de la cultura de los 90 en España, gracias al manga creado por Yoichi Takahashi, cuyo anime homónimo Captain Tsubasa, llegó a muchos países y rara vez con el mismo nombre, siendo Oliver y Benji en España, Olive et Tom en Francia o Supercampeones en Latinoamérica (parece ser que ser campeón no era suficiente), sobre unos adolescentes que jugaban a fútbol y soñaban con convertirse en campeones del mundo.

La serie se convirtió en un referente para todo aquel chaval (o chavala, que también había) que tuviera un balón en casa o jugara con el de sus amiguitos en la calle o el colegio. Todos, cual horda, coreaban (coreábamos) la canción de inicio y procurábamos no perdernos ni un capítulo. 

Los campos de fútbol no acababan nunca. Tanto que se podía ver la curvatura de la tierra mientras corrían y no se podía ver de una portería a otra, porque en el centro del campo estaba la línea del horizonte. Después de aquello empezabas a entender el problema de espacio en Japón: con un par de campos así, no quedaba espacio para la ciudad.

Internet está llena de bromas como esta
Sus jugadores, después de todo aquel ejercicio (necesitaban coger aire, ahora me doy cuenta), aparentemente no tenían mejores cosas que hacer que antes de lanzar el tiro que podía suponer la victoria o marcar un gol que les diese ventaja o empatase el partido, preferían recordar toda la historia de su vida, desde que eran un cigoto hasta medio minuto antes, que pegar el zapatazo en cuestión -centrándose, a poder ser en los momentos en los que pegaba pelotazos al balón en la playa, preferiblemente en días de tormenta con fuerte marejada o sacando un dinerillo haciendo trabajos en negro, para ayudar a la familia-.

Era una serie para analizar detenidamente. Balones apepinados, jugadas imposibles y acrobáticas, a menudo protagonizadas por los gemelos Derrick (esos chavales que presumiblemente tenían genes de castor, cuyos incisivos sólo han sido superados por Luis Suárez, demostrando que la realidad supera a la ficción), adolescentes con la capacidad de hacer un agujero en la pared tan sólo con un pelotazo (imaginen que casualmente pasa un pobre niño por allí en ese instante, que carnicería…), porteros que se impulsaban de un palo al otro (7 metros, que se dice pronto) como si tuvieran muelles y no hubiera gravedad, y así, hasta el infinito y más allá.

Todo, para acabar el partido marcando el gol de la victoria en el descuento y siempre de chilena, como si fuera lo más normal del mundo, para que siempre ganaran los mismos.

Toda la vida de blanco para acabar en el Barça
Pues este argumento anodino, predecible, nos mantuvo pegados al televisor con el bocadillo de nocilla día tras día (o lo que fuera, porque lo emitieron a todas las horas imaginables, por la mañana, mediodía -¡¡alegría!!-, tarde e incluso noche (empezó en esa franja horaria), durante mucho tiempo y no son pocos los que de vez en cuando cambian de canal y se quedan un rato rememorando  los constantes ataques al corazón de Julian Ross, con más vidas que un gato (salvo si se trata del de Schrodinger), las payasadas de Bruce Harper, la tríada de Oliver Atom-Benji Price-Tom Baker y su antagónica Mark Lenders-Dani Melow-Ed Warner, por poner algún ajemplo.

El cómic original, por su parte, no se quedaba corto, aunque servía para entender el motivo por el cual los campos eran tan largos. Sus jugadores tenían cuerpos más alargados que los que pintaba El Greco, con unas piernas que ya las quisieran las top models.

¡Qué gane el mejor!

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