sábado, 4 de abril de 2015

Visitando Kioto (kyōto, きょうと, 京都)


Kinkaku-ji: uno de los mejores rincones de Japón
Si es cierto que uno no puede escapar de su pasado, Japón no puede -ni quiere- olvidar a Kioto (Tokio para los amantes de los anagramas, si es que alguien entiende esta referencia freak como ninguna). Y es que Kioto fue la capital durante algo más de 1000 años, que no es moco de pavo. 

He comentado en infinidad de ocasiones que existe una dualidad en el archipiélago entre lo moderno y lo tradicional, lo viejo y lo nuevo, los templos en la naturaleza y la tecnología de ultimísima generación y ningún lugar encarna mejor este contraste que la antigua y la nueva capital del país.

Desde el momento, allá por 1868 en que el emperador Meiji decide ubicar la capital en Tokio, la ciudad pasará a un segundo plano, con un volumen de turismo, tanto interno como internacional, nada desdeñable y con un momento de gloria al final del siglo pasado con la firma del protocolo que lleva su nombre en el que los principales países del mundo se comprometían a reducir las emisiones de gas, y que, visto el resultado, tristemente parece que utilizaron como papel de wc tras la cumbre, porque pocos son los que en la actualidad lo cumplen.

Coronando el Kinkaku-ji, el fénix dorado
Pero volvamos al turismo, que es lo que vende.

La ciudad se encuentra en un lugar inmejorable en la prefectura de su mismo nombre, con otras urbes de relevancia como Osaka o Kobe a pocos kilómetros, toneladas de cultura -17 edificios declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO- y una gastronomía envidiable.

Kinkaku-ji: el pabellón dorado, así denominado por estar recubierto de oro en sus dos plantas superiores -pan de oro, pero algo es algo-, fue un lugar de retiro del shogun Ashikaga Yoshimitsu, del que ya se habló largo y tendido en la historia de Japón hace un tiempo y que sus descendientes convirtieron en un templo zen. Remata la construcción un fénix que actúa como guardián de las reliquias de Buda que alberga en su interior. 

El ginkaku-ji es impresionante en cualquier momento
Ginkaku-ji: tener como abuelo a Ashikaga supone un hándicap muy alto. Tanto que, su nieto principal, decidió copiar el anterior edificio para construir el pabellón plateado, como admitiendo el segundo puesto ya de entrada, cuya intención era recubrirlo de plata, como su propio nombre indica, aunque finalmente se desechó -si bien mantuvo el nombre a pesar de todo-. Por si fuera poco, acabó siendo utilizado para lo mismo que el primero. Esto es, como un templo zen.

Ambos cuentan con jardines y estanques que hacen las construcciones todavía más bellas.
La experiencia es incomparablemente mejor, para cualquier visitante, durante un día soleado.

Ryoan ji: otro de los templos zen de la ciudad y el último de la lista de hoy -amenazo con continuar- popular por sus jardines secos -los mejores y más importantes del mundo-. Para colmo y con ese misticismo que rodea a las mentes creativas de cualquier lugar del globo, sublimándose esta circunstancia entre los nipones, su creador no matizó el significado de sus creaciones, lo que ha suscitado un sinfín de interpretaciones y elucubraciones varias, sin poder saberse además cuál es la correcta, aunque hay unas más populares que otras. Para eso está la Red de redes, pero no será en este humilde blog donde se solucione el embrollo.

¿Jardín tradicional o jardín seco (zen)? Se admiten sugerencias...
He de añadir, según mi experiencia personal que, aunque la red de transportes de Kioto es eficiente -siempre puntual- y variada, como suele ser común en todo Japón, las edificaciones están extraordinariamente dispersas a lo largo y ancho de la ciudad.

Para todo lo demás, léanse las próximas entradas, que de nuevo versarán sobre la ciudad kiotense (o kioteña, que también vale).

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