sábado, 11 de abril de 2015

Visitando Kioto II (kyōto, きょうと, 京都)


El acceso a Kyomizu-dera, tan solemne el resto
La vida transcurre en Kioto de manera calmada. Comparada con el frenetismo y las aglomeraciones de otras grandes urbes de Japón e incluso de los países vecinos del sureste asiático, la milenaria capital del archipiélago, ahora relegada al séptimo lugar en lo que a población se refiere, muy por detrás de las dos más grandes -Tokio y Yokohama-, distanciada  también de las dos siguientes -Osaka y Nagoya- y similar aunque algo más pequeña que Sapporo y Kobe. No es que no exista ajetreo, que también lo hay, pero aquí son los turistas sus protagonistas inmediatos, mientras que en las otras ciudades los que llevan la voz cantante son los propios nipones.

Sin embargo, Kioto mantiene su estatus de ciudad preeminente a lo largo de todo el mundo por el vasto patrimonio cultural que se encuentra en la misma y que conviene estudiar detenidamente. Las otras ciudades serán más grandes, sí, pero en la mayoría de casos, no tienen ni el 10% del patrimonio de Kioto. Ya les gustaría...

Hoy pretendo centrarme en dos de los lugares más destacados, dejando alguna que otra sorpresa -esperada, también es cierto- para el último capítulo de esta trilogía kiotense. Bien es cierto que un servidor tuvo la inmensa suerte de visitar Kioto hace un año exacto, con la sakura en su momento álgido y un tiempo bastante soleado, lo que contribuye al disfrute de la experiencia, pero tiendo a creer que la situación no debe ser distinta en otras circunstancias -siempre que no sean extremadamente adversas, que todo puede ser en Japón-. 

Vamos pues a ello.

La pagoda de Kyomizu-dera
Kyomizu-dera: o templo del agua pura, que es lo que significa, se compone de varios edificios, incluida una excelente pagoda, pero lo más destacado, sin duda alguna, es la soberbia construcción de pilares de madera que remata en el mirador desde el que se puede ver buena parte de la ciudad. Visto desde abajo o desde el lateral, pues está todo construido en la loma de una colina, es realmente impresionante. 

El edificio data, nada más y nada menos, del año 778 (cuando la Batalla de Roncesvalles), aunque sufrió una muy necesaria y completa reconstrucción durante el siglo XVII, que es la que permaneces hasta nuestros días.

Las cascadas que se ven desde aquí, así como otros puntos del complejo son las que le otorgan el nombre al templo. 

Es probable que en una visita a Tokio se puedan suprimir otros lugares, pero, de la misma manera que la semana pasada recomendaba Kinkaku-ji como uno de los lugares imperdibles, esta semana he de hacerlo con Kyomizu-dera. No se lo pierdan, merece la pena.

El mirador de Kyomizu-dera siempre plagado de gente (visto desde la colina)

Sanjusangen-do: conocido al oeste del Mar de Japón como Templo de los mil budas, hace honor a este nombre e incluso lo supera, al colocarse bien ordenados en filas y columnas, quinientas estatuas que flanquean a cada lado a la diosa principal Kannon, deidad de los mil brazos (se ve que así tenía uno para cada estatua) además de otras veintiocho más -como si de coroneles celestiales se tratara, ya que estos poseen un rango intermedio entre Kannon y los otros y una posición destacada- a modo de guardianes que no hacen sino aumentar el asombro de los turistas que lo visitan. Bien es cierto que la arquitectura pierde en favor de la escultura en este caso, pero no supone problema alguno, siendo altamente recomendable para cualquier visitante. Para dar cabida a tanta estatua, colocadas en hileras de cincuenta columnas por diez filas a cada lado, el edificio resultante es enorme y longitudinal. En el patio exterior, optimizando el espacio al máximo, algo muy japonés por otra parte, se suelen realizar concursos de tiro con arco (concretamente el arco nipón o yumi, que es más alargado, pero del que hablaré en otra entrega y del que ahora únicamente hago mención).  

Como no sólo lo bueno hay que resaltarlo, sino mostrar también las carencias del edificio o los óbices que se pueda encontrar el turista en su camino, cabe decir que el hecho de que las esculturas sean tantas y tan similares (no idénticas, pero sí muy parecidas), estén tan próximas, y la visita se haga de manera procesional, con cierta celeridad  que la sensación final es la de haber visto mucho pero quedarse con muy poco. La atención de los seres humanos, que tampoco es que sea una maravilla no ayuda en exceso. Con esto y con todo es una de las visitas más interesantes de Kioto, que nadie se vaya a engañar.

 Vale más una imagen que mil palabras y valen más mil imágenes que una sola. De ahí el vídeo

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