sábado, 18 de abril de 2015

Visitando Kioto III (kyōto, きょうと, 京都)


Mapa del Palacio Heian
Así como antaño las familias más pobres de la península despedían entre lágrimas en los puertos españoles a sus allegados -que en algún caso, incluso, coincidía que eran sus seres queridos (sé lo que escribo, es solamente un chiste malo a modo de licencia prosaica, que no poética, pues no hay versos que componer)- y tiempo después, lo siguen haciendo, aunque en los aeropuertos -con la notoria salvedad de Castellón, donde la gente lo pasará igual de mal, pero los aviones no despegarán nunca-, en el blog despedimos, al menos de momento, la visita a Kioto que se ha convertido en el tema del mes, hasta el momento al menos.

Hay que hacerlo como se merece, por todo lo alto. Y si bien es cierto que algunos largometrajes cerraron trilogías excepcionales con un filme más bien decepcionante -siendo El Padrino una de las más claras- otras que no empezaron mal pero que fueron a peor a partir de la segunda -especialmente las más modernas, que buscan hacer caja y nada más donde destacaremos Matrix por encima de todas-, han existido otras que empezaron siendo interesantes y acabaron de manera magistral (aunque hayan hecho una cuarta parte recientemente nefasta, y a buen entendedor, pocas palabras bastan, ya que no hay una sola) y otras que son geniales de principio a fin como las películas de animación Toy Story (de la que he oído quieren realizar una cuarta parte, con lo bien que había terminado la última…)

El zorro -kitsune- mensajero
Fushimi Inari-taisha: El lugar que más se ha puesto de moda en Kioto para los occidentales es, sin duda, el conocido como templo de los mil torii o Fushimi Inari-taisha, merced a la película que versiona al libro homónimo “Memorias de una geisha”, cuyo atractivo principal, superando con creces al santuario en sí, son las diversas vías que recorren la colina y que están cubiertas por estas puertas de color rojo -no se pueden denominar túneles, ya que existe un espacio entre ellas- en lo que constituye un templo directo a la religión sintoísta y otro indirecto al capitalismo galopante instaurado en Japón como consecuencia clara de la influencia norteamericana en el archipiélago, ya que cada una de estas puertas ha sido “donada” por algún magnate local o compañía nacional, que no van a ser menos que sus competidores -en esto, como en todo, también hay tamaños, aunque para los turistas pase completamente desapercibido- y no son precisamente baratas. Si acaso, lo pueden pasar a la empresa como gastos de representación, que todo puede ser. 

Uno de los pasillos de Fushimi Inari-taisha
Al margen de los motivos que tiene la gente para hacer cada cosa, el resultado final es de una belleza innegable. Conviene perderse en este pequeño laberinto -hay varias vías para acceder a la infinidad de pequeños santuarios que componen el templo-, aunque solamente sea durante un rato.

Después de tanto templo y santuario -hay más pero servidor únicamente pudo acceder a los aquí citados-, no sería de buen recibo finalizar el monográfico sin mostrar el palacio imperial, que nobleza obliga (y nunca como aquí) y uno es guía de ex-profesión y de espíritu también, qué caramba.

Destacar también que el zorro -o kitsune- es la encarnación de la deidad protectora Inari elegida para esta ocasión, que da nombre al templo, por lo que buena parte de las esculturas están dedicadas a esta representación. En su iconografía aparece dicho zorro portando un pergamino. Esto se debe a que, según la creencia popular, utilizaban a estos intrépidos animales como sistema de mensajería.

Por aquí entra hasta el penalti de Ramos
Palacio Heian: completamente diferente a otros palacios nipones -o todo lo diferente que cabría esperar dadas las costumbres y el estilo del lugar: no es un palacio florentino tampoco, vamos, algo tiene en común con otras fortificaciones japonesas-, se trata más bien de un conjunto de edificios, la mayoría organizados en torno a un majestuoso -y tremendamente sobrio- patio principal y una sucesión de lagunas, puentes, caminos y pasadizos a su alrededor, todos ellos rediseñados y construidos basándose en antiguos planos del desaparecido palacio original del que no ha quedado nada en absoluto.

El inmenso tori que recibe a los visitantes no es más que un presagio -uno bueno en este caso, como diría el gran y recientemente difunto Terry Pratchet-, de lo que está por venir. La visita cumple todas las expectativas.

Panorámica del patio central

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