sábado, 7 de febrero de 2015

Visitando: Hiroshima (hiroshima, ひろしま , 広島)

Son las ocho y diez de la mañana. El joven Ichiro se dirige a la escuela. Saluda cortesmente a Michiko, su vecina, que acaba de sacar el futón al sol de la mañana y sigue su camino. Lleva preparados los ejercicios de caligrafía a conciencia y quiere llegar puntual. No tarda en oír el avión. Es enorme y se divisa claramente en el cielo sin una nube alrededor. Un objeto brillante se desprende de la barriga del aeroplano como una lágrima, presagio de lo que está por venir. 

El fogonazo llega después. 

Y el fundido en negro.

Abrir los ojos le cuesta una barbaridad. Tanto, que únicamente puede entreabrirlos. Tampoco importa. Apenas se ve a un metro de distancia. No sabe que ha pasado, pero ya no es de día. No obstante, apenas han pasado unos minutos, aunque él lo desconozca. Su ropa sucia y hecha jirones cuelga de su delgado cuerpo o ha desaparecido. Suerte que era de color blanco, porque si no, habría muerto ya, aunque bien pensado, tal vez sería lo mejor. El cuerpo le pesa y le duele a cada paso que consigue dar, extenuado por las quemaduras y las incontables heridas. Está irreconocible, completamente negro y rugoso, como la corteza de un árbol quemado. La hinchazón de sus miembros ha aumentado sus brazos y sus piernas hasta el doble de su tamaño. Puede sentir que el resto está igual, aunque no lo pueda ver. 

Punzadas de dolor recorren todo su cuerpo, pero sigue adelante mientras se tambalea. Se cruza con otra figura tan fantasmagórica como él pero en otra dirección. Si tuviera fuerzas habría salido corriendo. Ahora apenas puede mantenerse en pie.

Todo ha desaparecido. 

Ya no hay casa, ni futón, ni señora Michiko. 

A lo lejos, se oyen voces de algunos supervivientes. Unos claman buscando una ayuda que llegará tarde y aunque llegase pronto, de poco serviría. Otros, los que milagrosamente han conseguido salir con vida sin demasiadas secuelas se afanan en ayudar a los demás, abrumados por la situación y desorientados.

Los ríos están llenos de cadáveres, las calles llenas de escombros, tierra y fuego.

El cuerpo no responde más. Su frágil cuerpo, o lo que era unos interminables minutos antes, golpea el suelo sin demasiado estruendo, aunque nadie alcance a oírlo. 

Sus ojos se cierran una vez más. Será la última. Los sonidos se van diluyendo a la vez que el dolor desaparece…

El Museo Comercial con andamios, por desgracia (y necesidad)
Cabe decir que es una historia inventada, basada en el testimonio de algunos supervivientes a tal horror, algo de documentación y una pizca de imaginación, aunque no es difícil imaginar una y mil historias como esta que, a buen seguro, sucedieron entre las 8:15 y las horas siguientes a aquel conocido 6 de agosto en la llanura de Hiroshima. Espero que me permitan la licencia.

Y es que en pocos lugares se puede “palpar” la historia reciente, la devastación y la barbarie humana como en la ciudad de la “ancha isla”.

Los tranvías siempre aportan un toque de distinción
 Bajo mi punto de vista, sólo he tenido esa sensación recorriendo los diversos lugares icónicos (y no tan icónicos) de Berlín, aunque me han comentado que, a otra escala, pero igualmente notable, la zona cero de Nueva York es bastante similar. 

Supongo también que sucederá lo mismo en Nagasaki, que todavía no he visitado, en Stalingrado o en cualquier otro lugar de este amplio mundo, donde el ser humano ha masacrado a sus congéneres desde tiempos inmemoriales sin visos de detenerse en el presente o el futuro cercano, amparados por sus dioses, su necesidad o sus más bajos instintos. 

Una réplica de Little Boy
Para la mayoría de los extranjeros residentes en Japón (y para los de fuera también) es impresionante el espíritu que demuestran los japoneses que están acostumbrados a sufrir una vez tras otra reveses de gran magnitud y levantarse como si nada hubiera sucedido. 

Tanto es así que han rehecho la ciudad y actualmente es una floreciente urbe, con su palacio reconstruido, sus tranvías que recorren la ciudad del uno al otro confín y el recuerdo a sus muertos siempre presente, con honor y respeto. No olvidemos que, pese a que el ejército luchara ferozmente por una causa cuestionable y sus rivales les ganaran la partida, cientos de miles de inocentes murieron de un plumazo o en los años siguientes como consecuencia de Little Boy, la bomba con 16 kilotones de uranio que a las 8:15 de la mañana de aquel fatídico 6 de agosto de 1945 detonó a unos 550 metros de la superficie terrestre (no al contactar con el suelo, como erróneamente se puede pensar habitualmente).

Dicho esto, los puntos de interés más importantes en la ciudad son el palacio y los edificios que hacen homenaje al ataque nuclear.

El palacio/castillo de Hiroshima
Del palacio quedaron los cimientos, sus grandes sillares de piedra en talud, más o menos indemnes para dicha situación, así pues, lo que se visita hoy día es una reconstrucción, aunque muy lograda, todo hay que decirlo. No es un palacio tan majestuoso como el de Kumamoto o Himeji pero merece la pena. Suele acoger exposiciones acordes a la temática histórica en su interior (espadas japonesas, desde las famosas katanas hasta los cortos tantos), armaduras, etc, siempre previas a la II Guerra Mundial.

No es que la ciudad sea precisamente pequeña (supera ampliamente el millón de habitantes), pero sus edificios representativos se ubican en el mismo lugar y se puede acceder a todos ellos paseando (apenas un kilómetro entre los más lejanos).

El Museo Comercial de Hiroshima del arquitecto checo Jan Letzel, rebautizado Momumento de la Paz de Hiroshima se convirtió desde aquel 1945 en el otro símbolo de la ciudad al ser el más cercano, uno de los únicos y el que mejor soportó la bomba (no se crean que está entero, pero tiene su mérito). Irónicamente, cuando lo visitamos estaba con andamios (cada 3 años suelen hacer una revisión detallada de la estructura y algún arreglo sin importancia). 

Una de las maquetas más terribles e impresionantes del mundo
Cruzando el río Motoyasu junto al que se encuentra dicho edificio -o lo que queda de él-, se alzan varios monumentos dedicados a las víctimas, como el monumento a Sadako Sasaki, siempre custodiado por incontables grullas en origami hechas por niños de todo el país desde entonces (10 años después de la detonación, ya que murió a causa de la radiación) hasta hoy, un pedestal con una llama siempre encendida como recuerdo y el Museo Memorial de la Paz de Hiroshima dedicado por entero a recordar e ilustrar los efectos de la bomba, que no deja indiferente a nadie. Se pueden aprender cosas, como el “viento reverso” con el que descubres que, incluso tratando de resguardarte, de algo así no te libra de Perry (Mason para los de una generación, el ornitorrinco para los más jóvenes).

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