sábado, 21 de febrero de 2015

Monte Fuji (fujisan, ふじさん, 富士山)


Caramba, ayer fue 20 de febrero, día internacional del gato, vamos a escribir algo sobre los mininos y su percepción en Japón. Ah, no, que eso ya lo hice. Pues entonces ¿Qué tal si hablo sobre otras mascotas?... Nah, eso también está hecho. ¿Qué hacer pues? Este asunto se me está haciendo cuesta arriba como una montaña… ¡Un momento! ¡Ya está!

Al margen de las conversaciones ficticias de frenopático de un servidor, los años que no perdonan y el atontamiento por las jornadas de trabajo maratonianas, el tema surge antes o después en este proceso, que de creativo tiene poco pero sí mucho de recreativo.

Una de las obras maestras de Hokusai
Así pues, el tema principal del día versará sobre el monte Fuji, elemento recurrente en el arte de todo el país (especial atención al pintor Katsushika Hokusai, que pintó nada menos que 36 obras sobre este tema en un principio, a las que se unió otra serie de un centenar, adelantándose a las que realizaría Monet -al que influiría innegablemente en su concepción del arte-, sobre la Catedral de Rouen o la Estación de Saint Lazare, aunque, sin ese componente necesario de seriación del francés posterior sino, especialmente, por obsesión personal) y de toda su historia y una de las montañas (cono volcánico para ser exactos) más icónicas del mundo entero además del  símbolo principal de Japón con sus 3776 metros de altura (algo que sabe cualquier japonés de bien) y situada entre las prefecturas de Yamanashi y Shizuoka.

No soy de hacer fotos en el avión, pero con estas vistas...
Para infinidad de culturas las montañas han poseído siempre un carácter sagrado: enormes, imponentes, llenas de peligros, copiadas en todos los rincones del mundo, ya sea en pirámides (desde la América precolombina hasta Egipto) o zigurats y otras tantas construcciones posteriores, se entendían siempre como morada de los dioses y objeto de veneración. El monte Fuji ha mantenido, con el paso de los siglos y la evolución humana (involución para algunos), cierto misticismo y sin duda, la admiración por parte de lugareños y turistas.

La orografía nipona por su parte es bastante agradecida y permite que, sin demasiado esfuerzo y siempre que el clima acompañe, el Fuji se alce majestuoso desde numerosos puntos del centro y sur del país.

Diamond Fuji, un espectáculo al alcance de pocos afortunados
Durante los meses de invierno, debido a la inclinación del planeta y su interacción con el astro rey -igual que sucedía con Abu Simbel en otra punta del mundo hasta que la reubicaron-, es posible observar un fenómeno por el que, en un determinado momento, el sol ilumina desde una perspectiva concreta -si en el mencionado templo egipcio era al alba, en Japón será al atardecer- con un bello efecto conocido como Diamond Fuji, por el que el sol se pone justo por detrás del monte, brillando como una de estas afamadas joyas. Es digno de ver aunque solamente se puede disfrutar en días muy señalados de enero y febrero.

El monte visto desde las montañas adyacentes de Hakone
No hay que olvidar, como adelanté al principio, que el monte Fuji es un volcán activo. Bien es cierto que el riesgo de erupción es muy bajo, pero, especialmente a raíz del último incidente del país de esta índole (a finales de 2014), las simulaciones sobre sus consecuencias en el núcleo urbano más grande del mundo (Tokio y Yokohama), se han sucedido en todas las televisiones del país y la conclusión es bastante clara: no sería demasiado preocupante por el riesgo mortal en esta zona (aunque sí en las cercanías), pero la nube de sedimentos dejaría ambas ciudades sumidas en un caos muy difícil de resolver a corto plazo. Si consideramos que, seguramente, este suceso vendría acompañado de seísmos, redondeamos la situación. 

La verdad es que, mientras que los terremotos se suceden con mayor o menor fuerza durante todo el año por toda la isla, las erupciones acontecen en muy contadas ocasiones - así que la posibilidad de que algo así suceda, al menos a corto plazo, es realmente baja. Claro que… si a los políticos españoles les toca una vez tras otra la lotería, desafiando a las leyes (o bien de la probabilidad o de las otras, aunque más bien parece lo segundo), nunca se puede decir nunca jamás…

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