sábado, 7 de junio de 2014

Visitando Tokio: Shibuya (shibuya, しぶや, 渋谷)


Las luces rojas llevan un rato encendidas. La gente se aglomera. Por fin, se enciende el piloto verde y los coches comienzan a parar. Simultáneamente, un sinfín de turistas y lugareños se convierten en los dueños de la carretera durante unos instantes.
Se ha puesto en rojo y sigue pasando gente

Y es que un hecho anodino como cruzar una calle utilizando un paso de cebra adquiere, en el corazón de Shibuya, ciertos tintes de película épica, donde una marea humana aprieta por la retaguardia mientras que en vanguardia aquellos que llevaban unos instantes enfrente, mirando con ansia y nervios amenazan con chocar contra nosotros con nefastas consecuencias en un todos contra todos sin cuartel.

Finalmente, cada uno sigue por su lado y nada más sucede hasta que cada persona alcanza el otro lado de la acera al que pretendía llegar en un caos ordenado que siempre acaba bien, en parte, porque en Japón todo funciona a la perfección. Si esto pasara en Vicálvaro, Barbate, o, por poner ejemplos más de andar por casa, Sebastopol, acababan pronto en reyerta, seguro.

Parece una nimiedad, pero en este paso múltiple en el que 5 semáforos se encienden y apagan a la vez, la organización lo es todo. No en vano, en un día medianamente transitado, por este lugar, de pequeñas dimensiones realmente, pasa la población de todo Madrid (Comunidad, ojo, no capital).

Un día de lluvia, poco concurrido
No se puede hacer nada al respecto. Parece que viajar a Japón y no cruzar por el dichoso paso, es como no haber pisado nunca suelo nipón. Como si el viaje no fuese válido ya, con la de cosas interesantísimas que tienen, tanto Tokio, como todo el país. Como ir a Madrid y no recorrer la Gran Vía, a París y no visitar los Campos Elíseos, a Londres y no acercarse al Big Ben… Todo el mundo lo hace y uno no puede ser menos que el vecino del 5º Izquierda. ¡Eso jamás!

Al margen del siempre representativo paso, Shibuya es algo así como el sueño húmedo del capitalismo más feroz: pantallas gigantescas, anuncios visibles hasta para un ciego, tanto de día como de noche, centros comerciales para todos los gustos, colores, formas y formatos, pequeñas tiendas (en calles peatonales, lo que no deja de tener cierta ironía), destacando el textil por encima de todo lo demás, en una carrera en la que ningún artículo se queda atrás. Es lo más parecido a un moderno zoco, donde se puede encontrar de todo. Habrá que saber buscarlo, eso sí, pero si algo es seguro es que se encontrará en este barrio, como la muerte en el otro.

Que nadie piense que faltan restaurantes. Además de aquellos de comida rápida japonesa que aparecen y proliferan cual setas con la humedad, hay para todos los gustos. De nuevo, sabiendo adonde dirigirse, es posible encontrar comida de cualquier tipo (por ejemplo, la controvertida ballena, como plato estrella) y nacionalidad.

 Si había ya poco "cacao", en las calles adyacentes se suelen hacer manifestaciones y desfiles

Por si fuera poco, en Shibuya se erige una de las estatuas más icónicas de Japón. No es que sobresalga por su calidad artística (no es el Moisés de Miguel Ángel o Apolo y Dafne de Bernini), pero sí lo hace por el recuerdo que suscita entre los viandantes que se apresuran a cruzar el susodicho paso. La estatua no es otra que la de Hachiko, el perro más fiel del que se tiene constancia, que no es poco. El animal en cuestión, siguió esperando durante 9 años, día tras día, mes tras mes, la llegada de su amo a la estación, acto que no llegaría a producirse por el óbito del buen señor, lo cual, lo parezca o no, complicaba mucho el encuentro.

Es imposible sacarle solo. Siempre hay gente
Una historia tan entrañable que fue llevada al cine en Japón y posteriormente Richard Gere se encargó de protagonizar su remake en América (haciendo del amo, aclaro) con más o menos acierto, con la internacionalización que conlleva que haga Hollywood el producto.

Excursus aparte, el lugar está siempre concurrido: tiene siempre muchos adeptos, fans o simplemente curiosos que quieren retratarse con el cánido nipón.

Como conclusión. Al que le agobie la gente, que no venga a Japón y de hacerlo, que no se acerque por Shibuya. Será una pena, porque se perderá infinidad de cosas magníficas, impresionantes, pero es lo que hay. Los japoneses son muchos y en Tokio están muy masificados. Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, como todo. Sin embargo, el agobio dura poco. La fascinación, sin embargo, permanece por siempre.

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