Las luces rojas llevan un rato encendidas. La gente se aglomera. Por fin, se enciende el piloto verde y los coches comienzan a parar. Simultáneamente, un sinfín de turistas y lugareños se convierten en los dueños de la carretera durante unos instantes.
Se ha puesto en rojo y sigue pasando gente |
Y es
que un hecho anodino como cruzar una calle utilizando un paso de cebra adquiere,
en el corazón de Shibuya, ciertos tintes de película épica, donde una marea humana
aprieta por la retaguardia mientras que en vanguardia aquellos que llevaban
unos instantes enfrente, mirando con ansia y nervios amenazan con chocar contra
nosotros con nefastas consecuencias en un todos contra todos sin cuartel.
Finalmente,
cada uno sigue por su lado y nada más sucede hasta que cada persona alcanza el
otro lado de la acera al que pretendía llegar en un caos ordenado que siempre
acaba bien, en parte, porque en Japón todo funciona a la perfección. Si esto
pasara en Vicálvaro, Barbate, o, por poner ejemplos más de andar por casa,
Sebastopol, acababan pronto en reyerta, seguro.
Parece
una nimiedad, pero en este paso múltiple en el que 5 semáforos se encienden y
apagan a la vez, la organización lo es todo. No en vano, en un día medianamente
transitado, por este lugar, de pequeñas dimensiones realmente, pasa la población
de todo Madrid (Comunidad, ojo, no capital).
Un día de lluvia, poco concurrido |
No
se puede hacer nada al respecto. Parece que viajar a Japón y no cruzar por el dichoso
paso, es como no haber pisado nunca suelo nipón. Como si el viaje no fuese
válido ya, con la de cosas interesantísimas que tienen, tanto Tokio, como todo
el país. Como ir a Madrid y no recorrer la Gran Vía, a París y no visitar los
Campos Elíseos, a Londres y no acercarse al Big Ben… Todo el mundo lo hace y
uno no puede ser menos que el vecino del 5º Izquierda. ¡Eso jamás!
Al
margen del siempre representativo paso, Shibuya es algo así como el sueño húmedo
del capitalismo más feroz: pantallas gigantescas, anuncios visibles hasta para
un ciego, tanto de día como de noche, centros comerciales para todos los
gustos, colores, formas y formatos, pequeñas tiendas (en calles peatonales, lo que no deja de tener cierta ironía), destacando el textil por
encima de todo lo demás, en una carrera en la que ningún artículo se queda
atrás. Es lo más parecido a un moderno zoco, donde se puede encontrar de todo.
Habrá que saber buscarlo, eso sí, pero si algo es seguro es que se encontrará
en este barrio, como la muerte en el otro.
Que
nadie piense que faltan restaurantes. Además de aquellos de comida rápida
japonesa que aparecen y proliferan cual setas con la humedad, hay para todos
los gustos. De nuevo, sabiendo adonde dirigirse, es posible encontrar comida de
cualquier tipo (por ejemplo, la controvertida ballena, como plato estrella) y
nacionalidad.
Si había ya poco "cacao", en las calles adyacentes se suelen hacer manifestaciones y desfiles
Por si
fuera poco, en Shibuya se erige una de las estatuas más icónicas de Japón. No
es que sobresalga por su calidad artística (no es el Moisés de Miguel Ángel o
Apolo y Dafne de Bernini), pero sí lo hace por el recuerdo que suscita entre
los viandantes que se apresuran a cruzar el susodicho paso. La estatua no es
otra que la de Hachiko, el perro más fiel del que se tiene constancia, que no
es poco. El animal en cuestión, siguió esperando durante 9 años, día tras día,
mes tras mes, la llegada de su amo a la estación, acto que no llegaría a producirse
por el óbito del buen señor, lo cual, lo parezca o no, complicaba mucho el
encuentro.
Es imposible sacarle solo. Siempre hay gente |
Una
historia tan entrañable que fue llevada al cine en Japón y posteriormente
Richard Gere se encargó de protagonizar su remake en América (haciendo del amo,
aclaro) con más o menos acierto, con la internacionalización que conlleva que
haga Hollywood el producto.
Excursus
aparte, el lugar está siempre concurrido: tiene siempre muchos adeptos, fans o
simplemente curiosos que quieren retratarse con el cánido nipón.
Como
conclusión. Al que le agobie la gente, que no venga a Japón y de hacerlo, que
no se acerque por Shibuya. Será una pena, porque se perderá infinidad de cosas
magníficas, impresionantes, pero es lo que hay. Los japoneses son muchos y en
Tokio están muy masificados. Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, como
todo. Sin embargo, el agobio dura poco. La fascinación, sin embargo, permanece
por siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario