sábado, 5 de octubre de 2013

Visita al museo Ghibli (jiburi bijutsukan houmon, ジブリびじゅつかん ほうもん, ジブリ美術館訪問)



Esta semana toca cambio de tercio en el blog, dejando la digestión a un lado para centrarnos en aspectos más “elevados”. Con motivo de nuestra visita al Museo Ghibli, he creído conveniente comenzar por aquí, para penetrar en las entrañas de un mundo exótico y en muchos aspectos todavía desconocido, incluso para los residentes como yo.

El acceso a las instalaciones con sus estandartes
En 1988 el señor Hayao Miyazaki, que venía de colaborar en producciones niponas tan famosas como Heidi o Marco y había dirigido un largometraje de Lupin III (todos ellos muy conocidos por España) estrenó un proyecto personal llamado Mi vecino Totoro. El mismo año, su íntimo amigo, con un pasado muy similar, Isao Takahata, realizaba La tumba de las luciérnagas.






El escudo del Museo Ghibli, con un Totoro omnipresente
Ambas películas, magníficas y completamente diferentes pese a que sus protagonistas tengan cierta similitud (Totoro es un canto a la esperanza y a la ensoñación en el Japón rural de los años 50, mientras que La tumba de las luciérnagas es una historia profundamente triste, desde el primer minuto hasta el último, de dos hermanos que tratan de sobrevivir durante la II Guerra Mundial), marcaron el despegue de lo que serían los Studios Ghibli, los más potentes en un país donde niños y mayores (desde albañiles hasta ejecutivos) leen manga como si de libros normales se tratase y la animación juega un papel tan importante como la industria cinematográfica hollywoodiense.

Miyazaki había dirigido previamente El castillo en el cielo, con un guiño a Gulliver (el título orginial es Laputa, la fortaleza volante que inventara Jonathan Swift, y a día de hoy sigue colapsando internet cada vez que se emite en Japón: aclararé el por qué a quien quiera saberlo pero no será aquí, ya que no pretendo estropear la película a nadie) y Nausicaä del Valle del Viento, mostrando un profundo amor y respeto a la naturaleza que le valió a su director y creador el primer reconocimiento internacional y la distinción honorífica por parte de numerosas organizaciones ecologistas.

 
Dos detalles de El castillo en el cielo, ambos en la azotea del Museo Ghibli


Desde entonces, el ascenso del estudio fue meteórico y llegaron filmes tan conocidos para la mayoría como galardonados como Porco Rosso, Pompoko, La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro y El castillo ambulante de Howl, entre otras muchas, con la adición de otros directores del género, incluido el propio hijo de Hayao, Goro Miyazaki, todas ellas, absolutamente recomendables, tanto como un acercamiento al mundo nipón, como por su bella factura y no menos desdeñable argumento. No tardó en aparecer un museo donde poder ver el proceso creativo desde dentro, para todos aquellos visitantes interesados en conocerlo.

El museo está plagado de pequeños guiños, como el Porco- menú o Kiki en el cartel de entrada de la cafetería

El post de esta semana versará sobre este interesante lugar, resaltando sus puntos fuertes y sus debilidades, que también las tiene, si bien desde un punto de vista un tanto subjetivo.
A grandes rasgos, dicho museo, sito en un barrio de fácil acceso en Tokio, encuadrado en un paraje natural, como no podía ser de otra manera, es un edificio que nos muestra lo que vamos a ver en el interior: ese mundo misterioso y fantástico que llena rollos de película desde hace una treintena.

 ¿Totoro se encarga de las entradas?
El propio Totoro nos recibe al entrar, primera y agradable sorpresa, y no será ni mucho menos el único personaje que lo hará, ya que el nekobus (gato-bus) se encuentra en el interior para que todos los niños se diviertan en su interior. El robotgigante de Laputa así como una de las piedras caídas de la isla flotante se hallan en la azotea del mismo, como no podía ser de otra manera. Pero no es un museo de iconos únicamente sino muy interactivo, mostrando el proceso de animación en todas y cada una de las facetas creativas y rindiendo homenaje al cine y al protocine, con guiños al zootropo, entre otros.

Nadie dijo que desde el exterior no se pudieran hacer fotos...

No obstante, hay dos notas divergentes observables desde un primer momento: el hecho de no poder hacer fotos del interior (imagino que tratando de preservar ese carácter de secretismo), a mi juicio, es un punto muy negativo. Además, se trata del Museo Ghibli, lo que aparentemente habría de ser de todo el estudio, pero tras un vistazo, queda patente que debería llamarse Museo Miyazaki, dado que sus películas son las únicas protagonistas del lugar. Por si fuera poco, la presencia de Mononoke, Chihiro y Howl, muy populares, es mucho más reducida que la de otros personajes, quizá menores, pero con más tirón local.

y tirando de ingenio, las hicimos hacia dentro

Se podría decir que es una experiencia notable aunque no sobresaliente. La sensación es placentera, pero no perfecta al abandonar las instalaciones del citado museo. Pese a todo, merece la pena ir y disfrutarlo.

Dos apuntes más, uno bueno y otro malo, para compensar la balanza: poseen una pequeña sala de proyección donde muestran un corto inédito (yo vi uno que me encantó, pero hay una lista de una docena, y cada semana emiten uno, sin posibilidad de comprarlos en DVD,… por lo que la única manera de verlos todos es yendo al museo una infinidad de veces, tratando además de no coincidir con alguno ya visto, algo nada barato y muy complicado) y las entradas al Museo hay que comprarlas con antelación (bastante además) por lo que planear acercarse a verlo si se viene de viaje no es nada sencillo, salvo preparándolo con tiempo y algo de paciencia.


La semana que viene pasamos del cine a la pequeña pantalla con muchas curiosidades.

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